La sonrisa de Mandela de John Carlin

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Con algo de retraso os incluimos el libro que estamos leyendo en «Leer Juntos Miguel Catalán», el club de lectura de la Biblioteca del IES Miguel Catalán. En esta ocasión, Carmen Delgado, una de las coordinadoras del grupo, nos propuso leer La sonrisa de Mandela de John Carlin.

Este es el material que compartió con nosotras para preparar la lectura:

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John Carlin nació en Londres en 1956, hijo de diplomático inglés y  madre española. Su infancia transcurrió entre Londres y Buenos Aires. Posteriormente estuvo interno en un colegio de Londres y se graduó en Lengua y Literatura inglesas en Oxford.

Su carrera profesional se inició en el Buenos Aires Herald, desde el que denunció  reiteradamente  al régimen militar argentino. De allí pasó a México como corresponsal en The Times de Londres y posteriormente a Centroamérica para cubrir las guerras de la región.

Se incorporó a The Independent en 1986 y en 1989 tuvo la “enorme suerte” de que sus jefes lo destinaran a Sudáfrica. De este salto al continente africano, Carlin declara en una entrevista concedida a El cultural en 2013: “No sabía casi nada del país, tenía un leve conocimiento de la figura de Nelson Mandela y de su cautiverio”. La “enorme suerte” a la que se refiere fue que, en los seis años siguientes fue testigo privilegiado de la renovación de Sudáfrica, de la liberación de Mandela tras veintisiete años de presidio,  de la abolición de las leyes del apartheid. Y de la elección del primer presidente negro de Sudáfrica. Estos años  son los que Coetzee refleja en Desgracia (y en tantas de sus obras). De 1995 a 1998 fue destinado a Estados Unidos. Comenzó sus colaboraciones con El País, que le otorgó el Premio Ortega y Gasset en el año 2000 y que lo expulsó de sus filas en octubre de 2017.Su obra narrativa más destacada es la siguiente: Heroica Tierra Cruel (2004), Los ángeles blancos  (2004), El factor humano (2008), Rafa Nadal: mi historia (2011), La sonrisa de Mandela (2013), La sombra de la verdad, sobre Oscar Pistorius (2015), Crónicas de Islandia (2016).

Nelson Mandela nació  en la aldea de Mvezo en 1918 y murió en 2013 en Johannesburgo. En su juventud lideró movimientos contra el apartheid  y, tras veintisiete años en la cárcel de Robbe Island, se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de Sudáfrica y uno de los líderes más carismáticos de la lucha contra la injusticia.

Era hijo del jefe de la tribu del clan Madiba, nombre con el que posteriormente lo llamarían sus compañeros. Desde niño escuchó a los jefes tribales y con una inteligencia agudísima tomó conciencia del sentido de la injusticia. A los diecinueve años ingresó en el internado para negros Ford Hane, para cursar estudios superiores (Derecho). En 1941 rechazó un matrimonio político y huyó a Johannesburgo.

Allí conoció a Walter Siluso, líder negro que le ayudó a finalizar sus estudios. Siluso pronto vislumbró  sus grandes dotes de líder  y lo introdujo en el Congreso Nacional Africano (ANC), donde rápidamente alcanzó puestos de responsabilidad. En 1948 llegó al poder  el Partido Nacional, que institucionalizó el régimen del apartheid, vigente desde 1911, de forma más o menos encubierta.

Inspirado  por Gandhi, el Congreso Nacional Africano propugnaba métodos de lucha no violentos. A pesar de ello, Mandela fue detenido y confinado a Johannesburgo, donde estableció el primer bufete de abogados negros de Sudáfrica. En 1955 reapareció en la vida pública y en 1958 se casó con Winnie.

El endurecimiento del régimen racista  hizo que las respuestas del ANC fueran cada vez más violentas y Mandela fue detenido en 1963 y condenado a cadena perpetua, condena que cumplió íntegramente  en Robbe Island. Allí se convirtió en u n mito y en un símbolo de la lucha contra el apartheid. En los años d cárcel, tal y como refleja el libro de Carlin, dedicó gran parte de su tiempo a pensar en la forma de resolver el principal problema de su país. Sabía muy bien que la primera norma de la guerra y de la política (también de la caza) es conocer al enemigo. Esta visión le llevó, entre otras decisiones, a aprender  la lengua Afrikaans de los racistas radicales para poder hablar con ellos.

En 1990, Frederik de Klerk, presidente de Sudáfrica por el Partido Nacional, abrió el camino para desmontar la segregación. Una de sus más importantes decisiones fue liberar a Mandela. Entre ambos llegaron a la transición a una democracia multirracial. Compartieron el Nobel de la Paz en 1993. Un año más tarde Mandela se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica. Desde su cargo puso en marcha la política de reconciliación nacional. Los años  desde su liberación hasta su residencia son los que cubre Carlin en La sonrisa de Mandela.

 LA SONRISA DE MANDELA (2013)

Se trata de un libro breve, salido de la mano, la cabeza y las vísceras de un periodista que vivió unos acontecimientos que lo marcaron profundamente. Carlin quiere acercar a los lectores la enorme figura de Nelson Mandela. Somos lectores algo maleados, que no creemos en la grandeza de ningún político.

Carlin recorre el periodo desde la liberación de Mandela  hasta su tarea como Presidente de Sudáfrica. A lo largo del libro da respuestas a alguna incógnita: sus estrategias políticas y su familia. A Carlin  (y a tantos otros) el primer discurso de Mandela tras la salida de prisión le pareció gris y deslucido. Pero recordando su grandeza, la sonrisa que lucía a la salida de la cárcel y el discurso de un día después,  no le queda sino un enorme respeto y admiración, que impregnan su libro.  Como señala en una de las entrevistas concedidas a El País, Mandela era la antítesis de la maldad en el poder, pero como un excelente jugador de ajedrez, intuía los movimientos de sus rivales con cuatro jugadas de antelación.

Los movimientos de Mandela en los que más incide Carlin son los que se sitúan entre su liberación y la llegada al poder. Fueron años complicados, con mucho movimiento social. Mandela y los más cercanos a él hablaron y negociaron con los líderes blancos, lo que disparó la alarma en la extrema derecha blanca. Pero Mandela contaba con su magnetismo y su poder de persuasión. Dos de sus logros eran casi un sueño: diluir la sed de venganza de los negros (él fue el primer ejemplo) y apaciguar el temor que tenían los blancos hacia la venganza negra.  Una vez en el poder, su principal tarea fue consolidar la democracia. Y lo hizo bien. Tanto que su muerte fue llorada por negros y blancos.

En ese camino hubo momentos terribles: mientras se libraba la lucha contra el apartheid, negros mataban a negros por intereses políticos. El Inkatha, organización negra de derechas, hostil al ANC, comenzó a asesinar a los “niños de Mandela” en los guetos de  Johannesburgo, siguiendo las órdenes de su líder Buthelezi, que quería mantener una pequeña parcela de poder como líder de la etnia zulú. Una vez alcanzado el poder, Mandela no se vengó de él, sino que le concedió el Ministerio de Interior. Venganza refinada… Mandela venció también el miedo de los blancos. Con su astucia, su empatía y su capacidad de persuasión desarmó a los más recalcitrantes (como Constand Viljoen). Y sin Mandela y De Klerk, Sudáfrica no existiría.

Según Amnistía Internacional, actualmente, las desigualdades, la inseguridad y la corrupción siguen siendo profundas en Sudáfrica. Son notables las deficiencias en el sistema judicial. Aunque en los últimos años se ha incrementado el gasto público en sanidad, educación y servicios sociales, la desigualdad social apenas se ha reducido.

La Sudáfrica post- apartheid de Desgracia no ha evolucionado como esperaba Mandela. Los abusos de poder por parte de la policía han aumentado considerablemente, así como las torturas y violaciones a manos del cuerpo policial. Destacan violencia y violaciones contra niñas y mujeres. Los juicios por esos delitos se dilatan décadas. Johannesburgo es, para las mujeres, la segunda ciudad más peligrosa del mundo. A la cabeza está Bogotá.

Para Carlin, sin Mandela, Sudáfrica sería hoy como Siria.

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